Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani en la Misa y Te Deum por el 189 Aniversario de la Independencia del Perú - 28 Julio 2010

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Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima y Primado del Perú en la Misa y Te Deum por el 189 Aniversario de la Independencia del Perú - 28 Julio 2010Documento completo de la Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, en la Misa y Te Deum en la Basílica Catedral de Lima por el 189° Aniversario de la Independencia del Perú, el Miércoles, 28 de julio de 2010.

Este es un documento publicado por la Oficina de Comunicaciones y Prensa del Arzobispado de Lima en su página web.

 


Excelentísimo Sr. Presidente de la República,
Excelentísimo Presidente del Congreso,
Excelentísimo Presidente del Poder Judicial,
Queridos hermanos obispos,
Distinguidas autoridades miembros del cuerpo diplomático,
Hermanos todos en Cristo Jesús,

Hoy nos reunimos con gozo en la Basílica Catedral de Lima para adorar a Dios en esta Eucaristía –Te Deum laudamus– al celebrar un nuevo aniversario de la independencia del Perú. Siguiendo las palabras de San Pablo a los Filipenses: “Estamos siempre alegres en el Señor”. Le damos gracias por su inmensa misericordia y por las bendiciones que ha impartido generosamente al pueblo peruano y a todas sus
autoridades.

Nos dice el profeta Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande” (Isaías 9, 1) Contemplamos, hermanos, un horizonte esperanzador en nuestra Patria, aunque todavía tengamos un largo camino por recorrer. La responsabilidad de dar contenido a esta esperanza es de todos y hace necesario reforzar la capacidad de percepción para lo divino, que debe acompañarnos en este camino. No debemos olvidar que Dios sólo llega a los seres humanos a través de otros seres humanos. Por ello, el sendero de los santos es muy importante. Es una buena ocasión para recordar con gratitud a los santos peruanos que iluminaron la primera evangelización y nos ayudaron a forjar la identidad católica de nuestro pueblo: Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, entre muchos otros.

Pienso que es prioritario fortalecer la autoestima nacional y el conocimiento de nuestra riquísima historia. El principal recurso que Dios nos ha dado lo constituyen las personas, hechas a su imagen y semejanza; y elevadas a su condición de hijos de Dios en Cristo por el Bautismo. Por ello es tan importante el trato que se le da a la educación, no sólo en el ámbito intelectual y manual, sino especialmente en el ámbito de las virtudes y de los valores. Hay que rechazar siempre el “empequeñecimiento espiritual” que constantemente nos acecha.

Debemos todos reflexionar con profundidad, con madurez. El Perú está hecho para cosas grandes, los peruanos siempre hemos tenido vocación de grandeza. Por eso, cuando este empequeñecimiento que tantas veces acecha de manera un tanto simple y frívola; debemos, un día como hoy, reforzar esa emoción de ser peruanos.

No se puede vivir el tiempo humano sin la emoción del futuro. Formemos a nuestra juventud con un temple recio y comprometido que descubra los ideales y deberes propios de su misión y del futuro inconfundible de un pueblo; independientemente del esfuerzo del Estado en la instrucción pública, que reconocemos, la emergencia de la formación moral que estamos viviendo -y que contemplamos con un corazón pleno de esperanza en que Dios nos ayudará a superar-, debe poner un énfasis especial en los valores morales esenciales y no sólo en la promoción del éxito material.

El Perú, hermanos, está caminando por una senda que no tiene porqué confundir la globalización con la imitación. Hay muchos aspectos de la agenda mundial que no nos llevan ni al bien ni a la verdad. Por eso, hoy como nunca, afirmamos que nuestra patria, como en la antigüedad, debe ponerse al frente en este desarrollo integral, que promoviendo una justicia social no tiene por qué dejar su clara identidad moral, espiritual, católica. Tengamos la audacia y la valentía de afirmar nuestro mestizaje cultural.

La “verdad os hará libres”, nos dice el Señor. Para ello, la verdad no sólo debe ser expuesta y recibida, sino que debe ser la luz que ilumine todo proceso educativo, ya sea personal o social, privado o público. Hemos de tener un gran respeto por lo que es la educación. Para la Iglesia, es demasiado grande y bella la formación y la educación de la juventud, como para no interesarse por ella.

Es por esto que elevo a Dios mi petición para que todos sigamos haciendo del proceso educativo en nuestro país, en todos sus niveles, una gran aula en la que la verdad, la libertad y el diálogo sean elementos que ayuden a la juventud a ser valientes ante el desafío de las “nuevas situaciones”. Debemos todos aprender que la categoría moral de las personas se mide, muchas veces, por la calidad y la estabilidad de sus vínculos y de sus lealtades. No ahorremos esfuerzos y sacrificios en este sentido, comenzando por fortalecer la familia.

Que la convivencia pacífica de estos valores alumbren el diario acontecer de un nuevo conocimiento que enriquece el alma de cada peruano en todos los rincones del país. Las ideologías prácticamente han muerto, o están en clara descomposición. Este hecho nos plantea a las actuales generaciones el deber de dotar de un alma nueva a la sociedad actual, en la que los valores y las virtudes ocupen el lugar central. El fenómeno fundamental en el actual proceso educativo es la urgente referencia ética. Y la enseñanza sólida de la doctrina de la fe es la clave maravillosa para la formación cristiana de las nuevas generaciones.

Decía el Cardenal Ratzinger: “El tiempo mejor aprovechado es el que se transforma en algo duradero; es el tiempo que recibimos de Dios y a Él se lo devolvemos.

El tiempo que es pura transición se desmorona y se convierte en mera caducidad”.

Hay, hermanos, tiempos en los que el presente está completamente lleno del pasado. Existen, en cambio, tiempos tan absorbidos por la tribulación del instante presente que no queda ninguna posibilidad de mirar atrás o adelante. Y, por último, hay tiempos en que todo el peso está en el futuro, épocas en que el presente está totalmente repleto de la mirada puesta en el mañana. En los albores del Bicentenario de la Independencia, surca por nuestro Continente Americano un aire de esperanza que, unido a una justa valoración del pasado, nos proyecta a mirar el futuro con gozo y entereza.

Miremos el pasado con sinceridad, no inventemos el pasado, respetemos la gloria de quienes nos antecedieron, en la paz y en la guerra, de quienes fueron líderes de pensamiento y forjaron la identidad nacional, todos ellos forman nuestra patria. No caigamos en el error, tan frecuente en el mundo de hoy, de querer interpretar el pasado a la luz del hoy, desvirtuando su realidad, desenterrando odios y venganzas totalmente ajenos a los momentos que vivimos.

“La Patria –dice el Dr. José de la Riva Agüero- por definición y esencia, no puede ser nueva, porque representa el legado de los padres, la tradición, la herencia material y moral, ampliada y mejorada, pero nunca negada y demolida”.

El alma de la personalidad nacional, es necesario definirla, defenderla y afirmarla, preservándola de las veleidades foráneas que, al cristalizarse bajo el falaz velo de integración, sólo nos harían extraños a nosotros mismos y a nuestras raíces. Afirmemos el Perú mestizo. Aceptemos la tensión que reclama una justicia social con rostro humano y cristiano. Seamos conscientes de que el Perú hoy se alza, como en tiempos antiguos, a la cabeza del desarrollo cultural, social y económico de Latinoamérica.

Contemplamos en el país un desarrollo material pocas veces visto. Por ello, es muy urgente el desarrollo espiritual, porque es condición de estabilidad y continuidad, para que haya un verdadero crecimiento de los pueblos. Dejemos la mezquindad de lado y veamos con gozo el panorama que hoy nos presenta el país. El odio, la venganza, el cálculo político, la violencia y el egoísmo son manifestaciones de pequeñez de espíritu.

Los invito más bien a que contemplemos, con los ojos del corazón, a Dios mismo, que es amor. El amor es la ley fundamental y el objetivo esencial de la vida. Trabajar por amor hará de nuestra gente un pueblo de gran talla. Los espíritus grandes que nuestra Patria reclama se fundamentan en la ley del amor al prójimo, de la solidaridad y de la gratuidad. Recordemos aquella frase de Vallejo: “Hermanos, hay muchísimo que hacer, pero nunca dijo: hermanos, hay mucho que destruir”. Construyamos unidad, progreso; construyamos un país grande, un amor a la Patria”.

Rechacemos el “exilio moral”, esa devastación ética que recorre el mundo entero, la corrupción, esa alienación interpersonal del olvido de Dios, la desorientación valorativa por pérdida de la fe, fenómenos que muchas veces provienen de aquellos otros países que el mundo sigue llamando del primer mundo. Hermanos, el primer, segundo y tercer mundo tienen que reorganizarse en función del valor humano, en función del valor moral, en función del respeto al matrimonio, a la familia y a la persona humana. Esto es lo que marca las diferentes instancias, no solamente del estar material. Cuidemos y promovamos, por lo tanto, las leyes que protegen y promueven los tres círculos de influencia formativa de la personalidad: el hogar, las instituciones de enseñanza y la vida pública.

En este día de fiesta en que todos los peruanos celebramos, dándole gracias a Dios por nuestra independencia, estemos alertas a “Escritores sin mesura ni responsabilidad moral ni intelectuales cuya insipiencia carece de frescura y espontaneidad, víctimas todos del ejercicio de una falsa libertad”, son palabras del Dr. Honorio Delgado, un hombre reconocido en el mundo intelectual como sabio.

Termino recordando que la fe es promesa. Significa superioridad del futuro sobre el presente. Renunciar al presente por el futuro. Vencer la pusilanimidad burguesa que no quiere mirar más allá de lo que está más cerca y no se atreve a emprender lo más grande. Unamos nuestros espíritus con la Virgen María para decirle a Dios con sus palabras: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”. (S. Lc. 1, 47)

Permítanme, hermanos, antes de continuar con la Santa Misa, agradecer a las instituciones de la Iglesia en Lima, a mis hermanos en el Episcopado Peruano, y a tantos buenos amigos, que han querido estar muy cerca de mí en estos días. Mi sincero agradecimiento a todos ellos. Es la figura del Arzobispo, del Primado y del Cardenal.

Ayúdenme a ser ese peruano que al mismo tiempo es Cardenal.

Que Dios bendiga a todos los peruanos y que el Señor de los Milagros nos guíe para saber vivir como hermanos en esta gran familia que es el Perú.

Así sea.

Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne
Arzobispo de Lima y Primado del Perú

Lima, 28 de julio de 2010


Actualizado ( Martes, 24 de Agosto de 2010 12:00 )  

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