Artículo tomado de un diario peruano de circulación nacional.
Sigamos el Modelo Emprendedor y Democrático.
En las formas y procedimientos, todo está quedando listo para las elecciones de este domingo. Empero, en el fondo, subsiste una gran expectativa y preocupación por la dispersión de candidaturas y por el doble discurso de algunos sobre el modelo de gestión que aplicarán, con bruscas diferencias entre el plan económico y el discurso mediático.
El elector, el soberano en democracia, tiene la capacidad de decidir con su voto la opción que considere más apropiada para gobernar y administrar el aparato del Estado. Sin embargo, cumpliendo otros principios democráticos, como la transparencia, equidad y coherencia, los candidatos tienen que presentarle de modo claro y preciso sus programas y comprometerse con ellos.
Lo que es inadmisible es que se prometa una cosa, por la que finalmente votan los electores, y llegados al Gobierno, hagan otra radicalmente distinta que termine significando un desastroso retroceso político, económico e institucional para nuestro país, y avasallando las libertades públicas y los derechos ciudadanos.
Es decir, volver a caer en las honduras del autoritarismo caudillista, el desorden y el derrumbe de la iniciativa privada a manos del intervencionismo estatal, todo lo cual, como bien lo sabemos, nos llevará a una vorágine de corrupción, pobreza, confrontación y perturbación social, como lo hemos sufrido en carne propia en el pasado y como está sucediendo actualmente en naciones hermanas, como Venezuela.
En esta delicada coyuntura, resulta saludable que la mayoría ciudadana manifieste su apoyo –más de dos tercios, según las encuestas de la semana pasada– a las opciones que ratifican su compromiso con la institucionalidad democrática, el orden constitucional y los principios de la economía social de mercado.
Se trata de un asunto de convicción democrática, pero también de realismo político y hasta de supervivencia.
En los últimos lustros, con un crecimiento de más del 5% anual en promedio, el Perú es una economía emergente que ha despertado la admiración de la comunidad internacional. El empleo formal ha crecido, las exportaciones y las reservas internacionales han aumentado de modo superlativo, y los niveles de pobreza han disminuido en forma notable.
Esto no es casualidad, sino que responde a políticas de Estado consistentes aplicadas por los últimos gobiernos, sin caer en la tentación voluntarista de querer cambiarlo todo cada cinco años.
Claro que pudo hacerse más y queda mucho por hacer, lo que tiene que merecer una severa autocrítica de los gobiernos recientes y de los mismos políticos. Pero la solución no es patear el tablero y arremolinarnos en un mar de anarquía, autoritarismo y estatismo empobrecedor, sino seguir luchando contra la pobreza, creando más riqueza y distribuirla mejor para que los beneficios del crecimiento macroeconómico beneficien a las mayorías de las zonas rurales y urbanas en el Ande, la selva y la costa.
No podemos echar a perder el círculo virtuoso en el que económicamente hemos entrado con tanto sacrificio, a sabiendas de lo mucho que cuesta recuperar la confianza del entorno internacional, de los inversionistas y de los propios emprendedores peruanos, que tienen ahora la oportunidad de competir, innovar y crecer en un mercado libre.
Es hora de reflexionar con entusiasmo y sin pesimismo ante el ánfora para reafirmar las bases del Estado de derecho, del sistema democrático y de la economía emergente que nos han puesto, por primera vez en muchas décadas, a las puertas de dar el salto al desarrollo que tiene que seguir siendo consistente pero más dinámico e inclusivo.
Fuente: Diario El Comercio